Aunque Alba era una niña completamente feliz tenía un pequeño problema: le daba miedo la oscuridad.
La niña sabía perfectamente que los monstruos no existen, que
nadie se escondía
debajo de su cama y que las sombras no son más que sombras; pero no podía
evitar que le entraran las dudas cuando la luz se apagaba.
Jose y Sara, los papás de Alba, estaban preocupados
por este tema. Hablando entre ellos un día llegaron a una conclusión: harían algo para ayudar definitivamente a su hija.
Estuvieron buscando en libros, hablando con
doctores… hasta que por fin alguien les dio la solución: Una misteriosa mujer
de rostro angelical se paró un día frente a ellos y sin que le preguntaran nada
simplemente les dijo:
-
Debéis
tejerle a vuestra hija una manta mágica.
La idea en principio parecía
sencilla. Mamá tomó unas cuantas notas sacadas de una revista de confección.
Pero si tenía
que ser mágica no podía ser como las demás mantas.
Mientras Alba continuaba temiendo cada noche a la
oscuridad, Jose y Sara esperaban volver a cruzarse con la misteriosa mujer para
que les diera alguna pista.
Y por fin sucedió. La mujer volvió a parárseles de
frente y les dijo que recogieran todo aquello que les hiciera sentir bien y con
ello tejieran un hilo. A la hora de escoger los materiales no debían
pensar con la cabeza, sino con el corazón.
Después de meditar mucho llegaron a un acuerdo.
Fueron guardando sueños, deseos y momentos felices y con ellos elaboraron un
hilo mágico. Entrecruzándolo poco a poco fueron tejiendo una manta, tan ligera
como el aire y tan transparente como el cristal. Tanto era así que era prácticamente imposible verla.
Un día, cuando la manta estuvo por fin acabada, se la
regalaron a Alba.
Cuando abrió el paquete pensaba que algo raro sucedía. No había
nada dentro de la caja… ¿o sí?
Papá y mamá contaron a Alba la historia de la manta
mágica, de cómo habían
llegado a hacerla.
Efectivamente la niña no la podía ver, pero cuando le tapaban con ella se sentía
completamente segura. Sabía que nada malo podía atravesar su manta.
Nunca más
temió a la oscuridad. Nada le gustó más que saber el origen de su manta:
Al parecer ella también tenía su hada madrina que sabía exactamente lo que le hacía falta;
Y por supuesto tenía todo el amor de sus padres en su mantita mágica.
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