Aquí postearemos nuestros cuentos para que los conozcas. ¿No te gustaría que los tuyos fueran protagonistas de alguna de estas historias?


lunes, 28 de abril de 2014

Alumbrando la luna




Aunque muchos de sus amigos también eran aficionados a coleccionar cosas, Alba había decidido guardar algo que nadie más tenía: rayos de sol.
Allá donde iba, llevaba una pequeña caja oscura; y donde los rayos de sol eran más intensos, o donde tenían una forma un tanto especial, Alba abría su cajita y los guardaba dentro.
Nadie acababa de entender muy bien su colección, pero a ella le encantaba por encima de todas las cosas.
Sara y Jose, los padres de la niña, de vez en cuando le ayudaban:
-  Hoy en el trabajo he visto un maravilloso rayo de sol que entraba por la ventana e iba a parar a un vaso de cristal. Era tan brillante que lo he cogido para ti. – y abriendo un pequeño saco de tela negra lo dejaba caer en la caja oscura.
Un día, estando la niña durmiendo en su cama, le despertó un repentino ruido. No pudo ver más que una sombra salir por la ventana.
Ya no había nadie, pero estaba segura de que algo raro estaba pasando.
Intrigada por lo que había sucedido se levantó. En su dormitorio había una escalera de mano.
Le pareció realmente extraño. Quizá mamá o papá la hubieran dejado, pero no tenía mucho sentido;
Sobre todo cuando miles de veces le habían dicho que no podía subir a la escalera de mano que usaba papá para los pequeños arreglos de la casa.
Mirando, mirando descubrió una inscripción en el lateral de la escalera
 A LA LUNA

Cada vez Alba estaba más intrigada. Junto a la escalera encontró una carta:

Querida Alba:
Te he estado observando, y eres la persona que llevo mucho tiempo buscando.
¿Nunca te has preguntado quién enciende la luna cada noche?
Yo he sido durante años y años esa persona; pero ya soy muy viejo y necesito a alguien que me

 ayude en mi importante tarea. Sin duda tú eres ese alguien que busco.
Toma esta escalera mágica y sube por ella con tu caja de rayos de sol.
Estoy seguro que sabrás qué hay que hacer.
Pero recuerda siempre que esto tiene que ser un secreto entre nosotros. Algo tan importante no

 puede ser sabido por nadie.
Confío en ti. 
Atentamente,
El alumbrero de la luna

Alba no acababa de creerse lo que tenía entre las manos. El mismísimo alumbrero de la luna le pedía ayuda.
Así pues, sin dudarlo, colocó la escalera cerca de la ventana, tomó su cajita de rayos de sol y comenzó a subir por ella. De una manera mágica ésta comenzó a alargarse sin parar hasta que llegó a la luna.
Una vez allí Alba supo exactamente lo que debía hacer: abrió su caja oscura y con decisión soltó allí mismo los rayos de sol que había ido coleccionando.
En ese momento los rayos empezaron a correr por el suelo lunar como si de un rio se tratara, inundando toda la superficie; Y la luna de pronto se iluminó.
Cada atardecer, justo cuando el sol se estaba ocultando, Alba subía su escalera mágica de camino a la luna. Nadie se daba cuenta, nadie la vio jamás subir cada peldaño de la escalera con su cajita oscura; y nadie la pudo nunca ver abrir su caja sobre la luna y verter en ella los rayos de sol.
Si había recogido muchos, la luna brillaba enteramente redonda;  si ese día había podido recoger poquitos, parecía una pequeña sonrisa de luz que lucía burlona en el cielo estrellado. 

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La cajita del tiempo


Ese día el parque estaba extrañamente desierto. Había algún niño jugando en el columpio; pero el cajón de arena estaba completamente vacío. Alba pensó que esa era la oportunidad perfecta para cavar ese gran agujero que siempre había intentado pero que nunca le habían dejado terminar. Quizá cavando, cavando llegara al otro lado del planeta Tierra.
Y cavó, y cavó. Y su agujero era cada vez más grande;
pero en lugar de llegar al otro lado de La Tierra se encontró con algo extraño.
Su pala se había topado con un objeto duro y brillante. Alba lo cogió entre sus manos y se dio cuenta de que se trataba de una caja metálica.
Parecía llevar ahí mucho tiempo, porque estaba muy estropeada. Al abrirla se llevó una gran sorpresa: había juguetes.
No eran juguetes como los suyos, pero sin duda eran juguetes.
Corriendo,  Alba llevó su recién encontrado tesoro a Sara, su madre. Quería que le contara qué era todo aquello que había dentro.
Había unas bolas de cristal, unos personajes extraños y muy pesados con espadas y una pera de madera con una cuerda.
-     Estos son juguetes muy antiguos – le dijo mamá – los debió enterrar un niño como tú hace mucho tiempo.
Lo primero que hizo Alba fue imaginarse cómo sería el niño que había enterrado todo aquello. ¿Sería como ella? ¿De su misma edad?
Le hizo tanta ilusión que decidió ponerle hasta un nombre. En la caja le pareció leer entre rayas la palabra Claudio, así que de esa manera se llamaría; y le gustarían los bocadillos de chocolate, igual que a ella. Y le encantaría jugar con sus amigos del colegio… Podía imaginarse hasta su cara.
Le gustaba mucho jugar con los juguetes de su caja-tesoro, porque le hacían sentirse cerca de ese amigo imaginario llamado Claudio.
Un día, cuando Alba volvía a casa, al pasar frente a la panadería, Jose, el papá de Alba, saludó como siempre hacía a la panadera.
-     Veo que hoy ha venido su padre a hacerle compañía – le dijo refiriéndose a un ancianito con cara triste que esperaba sentado en una silla junto al mostrador.- ¡Buenos días Don Claudio! – le dijo al hombre.
A Alba se le iluminaron los ojos. Pidió a su padre que la acompañara a casa y volvieran a la panadería.
Y así lo hicieron. Alba cogió su caja; y cuando entraron en la panadería se acercó a aquel viejito, le dio el tesoro y le dijo:
-     Para usted.
El anciano miró la caja, la miró a ella y le sonrió con una ternura como no había visto antes. Incluso a Alba le pareció ver que una lágrima le caía de sus ojos.
La niña no se sintió triste por no tener más su cajita de juguetes. En lugar de eso sintió una nueva ilusión. Ella también haría su cajita del tiempo, y también la enterraría en el cajón de arena. Quizá dentro de mucho tiempo algún niño la encontrara y jugara a imaginársela. Y quizá, sólo quizá, cuando ella fuera viejita volvería a ver sus juguetes que con tanto cariño había guardado.


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